ESPACIOS DE TRABAJO Y COMUNIDADES
El trabajo y las personas que lo realizan están entrelazados: hace siglos, la gente trabajaba en donde vivía y, en muchas culturas y países, se sigue haciendo. Sin embargo, con la globalización, los ecosistemas se fueron modificando y los trabajadores empezaron a desplazarse a las ciudades para trabajar.
La pandemia impulsó la adopción masiva del trabajo híbrido y nos obligó a reevaluar el papel de la comunidad. La base de la conexión humana está arraigada en nuestra biología y en nuestra necesidad evolutiva de estar juntos; de ser incluidos dentro de la tribu.
El lugar contextualiza la comunidad. Las personas que viven en asentamientos pequeños y aislados tienden a desarrollar profundos lazos comunitarios con un número reducido de personas, mientras que las que viven en grandes ciudades tienden a crear conexiones más laxas con un mayor número de personas y “extraños conocidos”.
Los aspectos físicos también dan forma a las comunidades. Instalaciones como parques y lugares de ocio, campos de deportes y restoranes colaboran en el desarrollo de la identificación social y los lazos comunitarios. Sus estructuras confieren simbolismo y conforman la comunidad, al igual que los lugares de trabajo.
A medida que el trabajo híbrido fue multiplicando las posibilidades laborales, los grupos en los que interactúan los trabajadores se fueron haciendo más variados. El libro Reworking the Workplace, escrito por Nicola Gillen, Lead of Total Workplace y Richard Pickering, Head of Innovation para EMEA de Cushman & Wakefield junto con el Royal Institute of British Architects (RIBA) describe cuatro tipos de comunidades laborales modernas*:
Comunidades sociales
Los límites entre el lugar de trabajo y su entorno se volvieron permeables. Los trabajadores prosperan gracias a su interacción activa con comunidades externas. Antes se iba a la oficina porque no había más remedio. Ahora la gente va a las ciudades a trabajar, pero también a participar en el amplio espectro de actividades que ofrecen los centros urbanos. En este contexto, los servicios externos y los lugares donde crear comunidades fructíferas con otras personas se convierten en un componente importante de la propuesta de valor para los empleados.
Comunidades empresariales
La fuerza de una empresa procede de un ecosistema conectado de proveedores, clientes y competidores. Las agrupaciones añaden valor y tienden a formarse como comunidades de interés mutuo. Este es el caso, en particular, de las agrupaciones empresariales que se centran en empresas pequeñas o de reciente creación (startups), creativas, tecnológicas y científicas. Este entorno dinámico se basa en un alto volumen de información compartida, capital humano transferible y apoyo mutuo. Las comunidades empresariales no sólo se basan en la creación de espacios, sino también en la planificación creativa y la colaboración.
Comunidades temporales
Las comunidades de experiencias o proyectos específicos pueden aportar valor como catalizadoras de la innovación o la regeneración. Los proyectos de desarrollo a gran escala pueden tardar una década en planificarse y ejecutarse. Mientras tanto, las zonas o los barrios afectados pueden quedar estancados. Las más recientes estrategias para la creación de espacios urbanos con enfoque comunitario (también conocido como “placemaking”) abordan este problema mediante la creación de usos temporales, instalaciones emergentes y otras actividades de activación.
Es necesario encontrar un equilibrio entre la creación de nuevas oportunidades y la conservación de aquello que hace especial a un lugar. Las comunidades que se forman en torno a estos usos transitorios pueden convertirse con el tiempo en comunidades laborales y sociales permanentes.
Comunidades regenerativas
A medida que los usos cambian y los lugares adquieren nuevos propósitos, la activación y la conservación de nuevas comunidades generan beneficios económicos y sociales. Y a medida que cambia el modelo de trabajo y aumentan las normas de sostenibilidad, se prevé que el índice de obsolescencia del stock de oficinas aumente significativamente. Del mismo modo que las fábricas de la era industrial dieron paso a los espacios y locales de servicios, se encontrarán nuevos usos para las oficinas obsoletas.
Esta transformación ya está en marcha en el sector minorista, en el que vemos cómo las calles principales y los centros comerciales de alta calidad y bien situados pasan del comercio transaccional al comercio de experiencias. Mientras tanto, muchos activos comerciales secundarios se están reconvirtiendo para usos residenciales. Algunos minoristas están encontrando nuevos usos para los espacios subutilizados, como viviendas y oficinas flexibles.
El mayor reto tanto para la sociedad como para el sector inmobiliario es establecer, gestionar y conservar las nuevas comunidades que están resurgiendo. Cada vez más, a medida que los actores involucrados en la gestión del real estate asumimos funciones de seguimiento a largo plazo, con responsabilidad permanente sobre los edificios, y a medida que somos evaluados en función de criterios de ambiente, sociedad y gobernanza (ESG), es fundamental realizar acciones bien estudiadas para la creación de espacios y comunidades.
Se tienen en cuenta factores como la accesibilidad al lugar y a los puestos de trabajo, la posibilidad de interacción que ofrecen los espacios o la disponibilidad de servicios en las cercanías. Por este motivo, es importante atender a cuestiones relativas tanto al diseño como a la construcción, generando una relación cercana entre proveedores y clientes para satisfacer las necesidades de cada proyecto.
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